"BARNABITAS ESPAÑA"


SAN PANCRACIO

 

PARROQUIA SAN JUAN BAUTISTA

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Parroquia San Juan Bautista

Jovencito mártir - de unos quince años -, sacrificado al comenzar el siglo IV, que ha venido a ser uno de los más famosos del Cristianismo, por los innumerables favores que por su intercesión se han obtenido en todos los tiempos. Se le cuenta entre los Santos llamados en la Edad Media "auxiliadores". - Fiesta: 12 de mayo.

En Roma es San Pancracio titular de una Basílica, donde antiguamente se celebraba el domingo después de la Pascua una hermosísima fiesta. Los que habían sido bautizados el Sábado de Gloria dejaban en la Octava de la Resurrección (llamada Dominica in Albis) los vestidos blancos que habían llevado todos aquellos días como símbolo de la gracia bautismal; y como acto conclusivo de su feliz Pascua se dirigían procesionalmente a la Basílica del joven Mártir, para renovar sobre su tumba, que allí se venera, el juramento de perpetua fidelidad a Jesucristo.

Del acostumbrado juramento de los antiguos neobautizados procedió, sin duda, la especial devoción que tuvo la Edad Media a San Pancracio, invocándole como protector de los inocentes y como inexorable vengador de los juramentos falsos. Protector de la inocencia y perseverancia de los que quieren cumplir sus bautismales promesas. Defensor de los votos santos, de la verdad en la palabra y de los dignos contratos. Decíase -y no sin fundamento- que el Santo castigaba con la muerte a los perjuros. Por esto su Basílica era considerada, especialmente por los comarcanos de Roma, como un lugar muy a propósito para la celebración de contratos importantes.

Sabemos por libros antiquísimos que, asimismo, era considerado el sepulcro del Mártir como "lugar de salud", y él como abogado ante el Señor en las dificultades económicas y en los apuros de la vida.

A través de los siglos, y sobre todo modernamente, se le aclama como Patrón de la salud y el trabajo. Los enfermos, los pobres obreros parados y todas las personas modestas, en general, le invocan.

Se considera a San Pancracio como protector de los pobres, porque voluntariamente se hizo tal. Era riquísimo, pero entre los necesitados y desvalidos repartió todo su patrimonio. No es extraño, pues, que se haya conquistado las simpatías del pueblo humilde y la entusiasta devoción de los menesterosos.

Había nacido Pancracio en una ciudad de Frigia, provincia romana del Asia Menor, y fue su padre un noble y hacendado señor, llamado Cleonio, pagano de recto corazón, que falleció cuando el niño tenía siete años. Quedó éste sin otro familiar que un tío paterno, llamado Dionisio, a cuya tutela fue confiado. Resultó Dionisio un excelente y ejemplar tutor, que administró y acrecentó admirablemente el vasto patrimonio del huérfano, y cuidó con diligente celo de su buena educación. Parecióle que ésta resultaría más acabada en la capital del Imperio, donde, por otra parte, Pancracio tenía también grandes posesiones; y por esto, cuando el niño llegó a sus diez años, trasladáronse tío y sobrino a Roma. Allí se establecieron en un bello palacio y Pancracio prosiguió sus estudios.

Estamos en los finales del siglo III. Es emperador Diocleciano, el que decretó la décima y última persecución general contra el Cristianismo. Dionisio y Pancracio tienen a su servicio un criado cristiano, con todo y profesar ellos el culto a los dioses de la gentilidad. Como ambos merecen toda su confianza, el criado no se recata de manifestarles su fe religiosa. Es hombre de singulares virtudes. Se propone convertir a sus buenos señores. Muy pronto logrará sus deseos, poniéndoles en relación con el Papa, nada menos, que vive ocultó allí cerca. Pueden hablar reiteradamente con el Sumo Pontífice y embelesarse en la sabiduría de sus razonamientos; admiran su espíritu de caridad y la ejemplaridad de todas sus acciones. Entéranse de las heroicas virtudes de los seguidores de Cristo y tienen oportunidad de conocer a algunos. Comienzan a conocer asimismo algunos dogmas y preceptos morales del Cristianismo; contrastan la nueva y lozana religión con la vieja y carcomida idolatría... No se hicieron esperar los resultados. Tío y sobrino, anhelosos de verdad, determinaron abrazar la santa fe y pedir el Bautismo al Pontífice.

Pocas semanas más tarde eran bautizados ambos en las catacumbas, asistiendo después al Santo Sacrificio y recibiendo la divina Eucaristía. Terminada la Misa, contribuyeron a la colecta que se acostumbraba, cada uno con una espléndida ofrenda: la de todos sus bienes, rentas y riquezas, en favor de los pobres y de la comunidad cristiana.

Pancracio, al poco tiempo fue denunciado al mismo emperador, amigo, por cierto, en días remotos, de Cleonio, su padre. "El hijo de Cleonio de Frigia -le dijeron- se ha hecho cristiano y está distribuyendo sus haciendas entre viles personas; además, blasfema horriblemente contra nuestros dioses". Diocleciano dispuso su detención y mandó que fuera conducido a su presencia. Largo fue, según parece, el diálogo entre el tirano y el jovencito; pero, no habiendo logrado ni con halagos ni con amenazas apartarle de la adoración de Jesucristo, ordenó, furioso, que se le decapitase.

Fue conducido a la Vía Aurelia para darle la pena capital. Llegado al punto preciso del sacrificio, se arrodilló y levantó los ojos y las manos al cielo, dando gracias al Señor porque había llegado el ansiado momento. Después le mandaron inclinar la cabeza, y el hacha del verdugo, con rudo golpe, la separó del cuerpo. Quedó éste allí mismo, para que lo comieran los perros; pero, entrada la noche, una noble señora, llamada Octavila, lo hizo recoger, lo embalsamó con ricos aromas, lo amortajó con un lienzo precioso y cuidó de que fuese enterrado en un sepulcro nuevo, muy cerca del lugar del martirio.









                   
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